lunes, 25 de enero de 2010

Autora y protagonista

He estado retirada durante las últimas semanas en un tranquilo apartamento de La Provenza, en Francia, para escribir mi nueva obra: el guión para un largo metraje que pone en tela de juicio las reglas del matrimonio.

He pasado momentos intensos rodeada de los personajes de mi obra, especialmente de Estrella Zaldívar, mi protagonista.

Para crear a Estrella he tomado como punto de referencia mi propia persona, en el sentido que, como yo, Estrella es una profesional que deja su carrera para ocuparse del bienestar de su marido y de sus hijos y, como yo, descubre una gran pasión por la escritura privilegiando los temas sociales y existenciales. Sin embargo, muy rápidamente Estrella fue creando su propia personalidad hasta transformarse en una persona de pleno derecho, totalmente independiente de mí.

Aunque nuestras diferencias son muchas, las dos pensamos que ha llegado el momento que cada ser humano se cuestione sobre los fundamentos de las reglas de nuestra sociedad, sobre todo del matrimonio.

Otro punto común entre Estrella y yo es que las dos pensamos que los humanos hemos venido a este mundo solos y que nos toca recorrer solos nuestros caminos. A lo largo de nuestra existencia encontramos personas que nos acompañan un tramo de ese camino, pero debemos saber decirles adiós cuando la tarea que debíamos realizar ha sido terminada.

La vida está llena de adioses. Decimos adiós a nuestros padres, a nuestros compañeros de escuela, de universidad, de trabajo; decimos adiós a amigos que, en su momento, fueron importantes en nuestra vida; ¿por qué entonces no decir adiós a nuestra pareja cuando nos damos cuenta que nuestros intereses ya no son los mismos? ¿Por qué seguir el camino del otro y frenar nuestra evolución como seres humanos cuando nuestro corazón nos indica un sentido diferente?


Testimonio de Estrella Zaldívar, mi protagonista


Mi nombre es Estrella Zaldívar. Nací en un barrio de clase media, en las afueras de la ciudad de Panamá. Como mi madre y mis abuelas, fui criada con la idea de que el hombre, no importa lo que haga, es el jefe del hogar y, como tal, se le debe respeto.

Durante mis años mozos estuve al corriente de las infidelidades de mi padre, pero cada vez que intentaba levantar mi voz de protesta, mi madre me acallaba diciéndome que, como hija no debía juzgarlo y, como mujer, me tocaba aceptar.

Como era de esperarse, cuando me casé, a los veintinueve años, dejé mi profesión de arquitecta para ocuparme de mi marido, de mi casa y de mis hijos y repetí el comportamiento de mi madre y de mis ancestros mujeres.

En grandes líneas ésta es mi historia hasta que Maritza, la autora del guión del que soy protagonista, me creara.

Maritza me creó como una mujer sumisa y, por ratos, su natural rebelde quiso apoderarse de mi personalidad, pero no la dejé. Yo tenía que seguir en mi rol hasta llegado el momento del cambio. Tampoco dejé que desarrollara sus ideas sobre la vida y la muerte, tan importantes para ella, porque no eran las leyes espirituales las que eran cuestionadas sino las sociales.

Sin embargo, gracias a Maritza comprendí que no estoy obligada de aceptar las agresiones sicológicas de mi marido. Comprendí también que puedo realizar mis sueños aunque, a primera vista, estos parezcan inalcanzables.

Uno de mis sueños era la introducción en la ley panameña de un contrato de matrimonio con una duración predeterminada. Lo que en un inicio parecía una idea disparatada se transformó, ante los ojos de mis compatriotas no sólo en una solución para eliminar el divorcio sino también una manera de combatir indirectamente la preponderancia del macho sobre la hembra.

El luchar y, luego, el lograr que el matrimonio con una duración predeterminada fuera introducido en la ley civil me ayudó a ganar confianza en mí misma, a tomar las riendas de mi existencia.

En cuestión de meses mi vida dio un giro completo. Escribí una novela que ganó el primer premio en una importante editorial mexicana y, a partir de entonces, los libros escritos durante años y que reposaban en los cajones de mi escritorio vieron la luz. Me ocupé también de la organización de comunidades familiares que acogen, como una madre de sustitución, a niños sin padres o con padres de bajos recursos económicos.

Como si no hubiera recibido suficientes satisfacciones, conocí a un alma hermana con quien comparto mis viejos días.