jueves, 23 de abril de 2009

Señales en el camino

Hace quince años, cuando todavía vivía en Italia, sentí la profunda necesidad de escribir. O escribía o moría. Decidí vivir, y tomé la pluma.
Mi decisión no fue una cabezonada, pero tampoco fue el producto de un minucioso cálculo. Comencé a escribir porque sentía que no podía seguir echando a un lado los dictámenes de mi corazón, que desde toda una vida me conducían hacia la expresión escrita.
Cuando entraba en la adolescencia mi madre afirmó que mi destino estaba ligado a la escritura. Al preguntarle del por qué de sus palabras, aseguró que yo me transformaba en otra persona cada vez que tenía un lápiz en la mano. Por supuesto que no le hice caso a mi madre. Es bien sabido que para la mayoría de los adolescentes las palabras de sus padres no tienen ningún valor.
Algunos años después, tomé la costumbre de escribir cartas de aliento a algunos de mis excompañeros de colegio que habían dejado nuestra tierra para continuar estudios en otros países. Sistemáticamente estos amigos, agradecidos por el alimento que -según ellos- les daba, me aconsejaban que me dedicara a la escritura. Tampoco les hice caso. Mi mente (no mi corazón) me decía que esos consejos eran una manera de pagarme por el tiempo que les dedicaba.
Más adelante todavía, en París, cuando relataba a mis amigos de la época algunas anécdotas de mi pasado, me aconsejaban que las escribiera. Tampoco les hice caso. En el fondo pensaba que hablaban por hablar.
Ahora veo esos y otros acontecimientos como señales.
Creo que a lo largo de nuestro camino por la vida recibimos señales de la dirección que debemos tomar, pero muchas veces, tal vez frenados por nuestra mente, no las vemos porque hemos perdido la costumbre de escuchar con el corazón.

domingo, 19 de abril de 2009

Libre de amarres

En mi artículo precedente afirmé que mis costumbres de antaño dieron paso a otras y que, cuando me di cuenta, no me sentía de aquí ni de allá, o sea, que no me sentía atada a ningún lugar en especial.
No creo que esta sensación de desarraigo sea negativa. Como dije antes, simplemente "es".
Me considero un ser humano feliz. Aprecio los regalos de la vida y aunque un evento, a primera vista, pueda parecer negativo, trato de aprender de él como lo que es, o sea, una experiencia.
La experiencia de vivir en cuatro países diferentes me ha enriquecido. Soy feliz en Suiza como lo fui en Italia y, antes, en Francia y en Panamá. Sin embargo, me siento lista para abandonar este lindo país y continuar mi vida en cualquier otra parte del mundo. Si puedo hacerlo es porque no tengo raíces, me siento libre.
La herramienta que me ha ayudado a obtener esta libertad es la escritura. Gracias a ella he desalojado la carga de traumas que me impedían elevarme.

jueves, 16 de abril de 2009

Semana Santa y desarraigo

La semana pasada en Mundo Hispánico, revista con la que colaboro desde hace un año y medio, escribí sobre la Semana Santa en Panamá, mi país de nacimiento.

Recordé con cariño la sopa de pescado tomada a la sombra de los árboles del huerto, las procesiones del Jueves y el Viernes Santo y los tamboritos (bailes acompañados de cantos entonados al son de tambores y rítmicas palmadas) del Sábado de Gloria que cerraban jocosamente la semana.

Esa sopa de pescado tomada al aire libre en medio de una bandada de pájaros bullangueros, dio paso a interminables almuerzos saboreados a media voz en la mesa de mi familia política, en el noroeste de Francia. Al principio extrañaba la procesión del Jueves y el Viernes Santo y el baile del Sábado de Gloria, pero poco a poco me fui acostumbrando a las tradiciones de mi nuevo universo. Así, cuando nacieron mis hijos, con toda naturalidad escondía los huevos de chocolate en el jardín y les contaba historias sobre el conejo de Pascua.

Como nos sucede a muchos cuando cambiamos de país a una edad adulta, una costumbre da paso a otra y a otra más y cuando miramos a nuestro alrededor no hay nada que nos ate a nuestro pasado. Las raíces se han perdido sin que nos demos cuenta. Nos sentimos que no somos de aquí ni de allá, como dice la canción de Facundo Cabral. No creo que esta sensación sea buena o mala. Simplemente "es".