domingo, 31 de mayo de 2009

La Vida es...

Ayer, en una fiesta del barrio en que resido, un grupo de conocidos nos reunimos para conversar. Haciendo alusión al título que le he dado a mi blog ("Descubriendo la Vida"), alguien preguntó sobre el significado de la vida.

La hija de una amiga dijo que la vida es un juego en el que no importa ganar o perder. Lo importante es jugar y pasarla bien.

Una mujer, tres veces divorciada y en camino hacia su cuarto divorcio, dijo que la vida era vivir con personas diversas la misma cruel historia.

Cuando me preguntaron lo que pensaba de la vida, dije que para mí la vida es una gran pieza de teatro con una infinidad de actos y cuyos actores somos los humanos.
Nosotros mismos escogemos nuestros roles antes de nacer según la experiencia que querramos llevar a cabo. A veces somos hombres, otras mujeres, ricos o pobres, negros o blancos.

El acto en una vida comienza con nuestro nacimiento y termina con nuestra muerte, pero entre las dos etapas hay un período de preparación en el que cada uno analiza su actuación precedente y prepara su rol por venir.

Algunas personas estuvieron de acuerdo conmigo, otras no.
Lo bueno de ser seres humanos independientes es que cada uno es libre de definir la vida según su propia experiencia.

domingo, 10 de mayo de 2009

Día de las madres y Serenatas

Hoy, 10 de mayo, se celebra el día de las madres en Suiza, país en que resido. Esto me lleva a recordar esta misma celebración en mi país de nacimiento.

En Panamá el día de las madres, que se festeja el 8 de diciembre, es una de las fiestas más importantes del país. Una fiesta que se celebra no sólo entre los miembros de una misma familia, sino que se extiende a los amigos. Es raro que una madre no reciba, si no un regalo, al menos una felicitación de parte de amigos y conocidos.

Mi recuerdo privilegiado es el de las serenatas. Pasada la medianoche del 7 de diciembre los hombres y amigos de la familia se reúnen y, con guitarras, una buena disposición y unas que otras botellas de ron, comienzan un gran recorrido por las casas de las madres de los integrantes del grupo. La finalidad: regalarles una canción.

Desde que oye los primeros acordes, la madre homenajeada se prepara para asomarse a la ventana o al balcón y agradecer por tan lindo presente. Según la tradición, al final de la canción esta mujer, a pesar de saber de antemano que sería el objeto de una serenata, demuestra gran sorpresa e invita al grupo a tomar un “traguito”. Por lo general el “traguito” consiste en un vaso de ron o de alguna otra bebida alcohólica.

Luego de pasar un rato bromeando sobre los incidentes de la noche, los integrantes del grupo parten a otra casa donde, con una u otra variante, la escena se renueva.

Creo que las costumbres y tradiciones son enriquecedores tesoros que toman un sentido especial cuando estamos lejos de la patria.

sábado, 2 de mayo de 2009

Las señales del tótem


Hace algo más de dos años, cuando me mudé al apartamento que ocupo hoy, compré un tótem de madera por el que había tenido un flechazo. Lo puse en el vestíbulo, mirando hacia la puerta de entrada y lo designé como el guardián de mi hogar.

Desde entonces, cada vez que paso a su lado le lanzo una mirada de cariño o una sonrisa benévola y lo felicito mentalmente por lo bien que desarrolla su trabajo.

Esta mañana, al pasar a su lado, el tótem no miraba hacia la puerta. “Hombre, eres mi protector, debes mirar hacia la entrada” –lo reprendí cariñosamente–, pero antes de colocarlo en la posición correcta observé que su mirada apuntaba directamente hacia el aparador de la sala. Me dirigí hacia el lugar y descubrí un álbum de fotos que hacía tiempo había perdido de vista. Al hojearlo encontré imágenes sonrientes de mis hijos y mías con nuestra familia de Panamá, lugares de mi terruño repletos de preciados recuerdos y, sobre todo, un par de fotos de la que fuera la casa de mis bisabuelos tomadas por mí en el año 2000, cuando fui de vacaciones a Penonomé, el pueblo en que nací.

La foto mostraba lo que quedaba de la casa: la fachada, parte de los muros laterales y un pedazo del techo; pero la imagen fue suficiente para llevarme directamente a uno de los períodos más hermosos de mi vida: los vividos al lado de mis bisabuelos.

Me pareció ver a ese gigante de piel grisácea y olor a tabaco, mi bisabuelo, sentado en la silla de madera azul del alero, y verme a mí, una niña de tres años, brindándole una de las tacitas de mi juego de té.

Fue tan fuerte mi sentimiento, que hasta creí escuchar, como en un susurro, “negrita fea” –como solía decirme mi bisabuelo–. “Negrita fea” –repetí para mis adentros– y recordé que en una ocasión, ofendida, le pregunté por qué me llamaba de esa manera. “Eres lo más lindo que ha dado el mundo –respondió acariciándome el pelo– pero si te lo digo te convertirás en una presumida. Por eso seguiré llamándote “negrita fea”.

Observando la fotografía recordé que algunas semanas después de mi paso por la que fuera la casa de mis bisabuelos, los muros se derrumbaron. Fui el último miembro de la familia que visitó el lugar y tomó fotos. Mis tíos y demás familiares aseguraron que los espíritus de mis bisabuelos mantuvieron los muros hasta que yo llegara porque querían hacerme llegar un mensaje. Comprendí entonces que me tocaba a mí, como escritora, rendir honor a los momentos felices de mi niñez y escribí una novela sobre mis ancestros y sobre el Penonomé de esa época. Como hago con cada novela que escribo, dejé madurar el manuscrito en un “cajón” de mi ordenador hasta recibir una señal que me indicara que había llegado el momento de darle la revisión final antes de publicarla.

La esperada señal me la ha dado mi tótem. Puede parecer absurdo que una mujer de letras siga este tipo de “señales”, pero son éstas las que me ayudan a caminar por la vida feliz y con paso firme.