sábado, 2 de mayo de 2009

Las señales del tótem


Hace algo más de dos años, cuando me mudé al apartamento que ocupo hoy, compré un tótem de madera por el que había tenido un flechazo. Lo puse en el vestíbulo, mirando hacia la puerta de entrada y lo designé como el guardián de mi hogar.

Desde entonces, cada vez que paso a su lado le lanzo una mirada de cariño o una sonrisa benévola y lo felicito mentalmente por lo bien que desarrolla su trabajo.

Esta mañana, al pasar a su lado, el tótem no miraba hacia la puerta. “Hombre, eres mi protector, debes mirar hacia la entrada” –lo reprendí cariñosamente–, pero antes de colocarlo en la posición correcta observé que su mirada apuntaba directamente hacia el aparador de la sala. Me dirigí hacia el lugar y descubrí un álbum de fotos que hacía tiempo había perdido de vista. Al hojearlo encontré imágenes sonrientes de mis hijos y mías con nuestra familia de Panamá, lugares de mi terruño repletos de preciados recuerdos y, sobre todo, un par de fotos de la que fuera la casa de mis bisabuelos tomadas por mí en el año 2000, cuando fui de vacaciones a Penonomé, el pueblo en que nací.

La foto mostraba lo que quedaba de la casa: la fachada, parte de los muros laterales y un pedazo del techo; pero la imagen fue suficiente para llevarme directamente a uno de los períodos más hermosos de mi vida: los vividos al lado de mis bisabuelos.

Me pareció ver a ese gigante de piel grisácea y olor a tabaco, mi bisabuelo, sentado en la silla de madera azul del alero, y verme a mí, una niña de tres años, brindándole una de las tacitas de mi juego de té.

Fue tan fuerte mi sentimiento, que hasta creí escuchar, como en un susurro, “negrita fea” –como solía decirme mi bisabuelo–. “Negrita fea” –repetí para mis adentros– y recordé que en una ocasión, ofendida, le pregunté por qué me llamaba de esa manera. “Eres lo más lindo que ha dado el mundo –respondió acariciándome el pelo– pero si te lo digo te convertirás en una presumida. Por eso seguiré llamándote “negrita fea”.

Observando la fotografía recordé que algunas semanas después de mi paso por la que fuera la casa de mis bisabuelos, los muros se derrumbaron. Fui el último miembro de la familia que visitó el lugar y tomó fotos. Mis tíos y demás familiares aseguraron que los espíritus de mis bisabuelos mantuvieron los muros hasta que yo llegara porque querían hacerme llegar un mensaje. Comprendí entonces que me tocaba a mí, como escritora, rendir honor a los momentos felices de mi niñez y escribí una novela sobre mis ancestros y sobre el Penonomé de esa época. Como hago con cada novela que escribo, dejé madurar el manuscrito en un “cajón” de mi ordenador hasta recibir una señal que me indicara que había llegado el momento de darle la revisión final antes de publicarla.

La esperada señal me la ha dado mi tótem. Puede parecer absurdo que una mujer de letras siga este tipo de “señales”, pero son éstas las que me ayudan a caminar por la vida feliz y con paso firme.

3 comentarios:

Ramón Aguyé dijo...

Hola Maritza.

Tu relato nace de una idea sobresaliente: el totem, el protector del hogar.

Has contado un hecho verídico, y lo has hecho de forma amena, y lo que es importante, muy visual. He visto el totem, te he visto a ti pasando a su lado, y he visto la fotografía, la casa, a tu bisabuelo...

Tomándote ciertas licencias creativas "El Totem" puede convertirse en un espléndido guión.

Ramón Aguyé.

Anónimo dijo...

Querida Maritza,

Gracias por escribir sobre temas como los "señales". Es verdad que, en la vida, muchas cosas ocurren cuando es el momento o cuando recibimos señales.

Estoy siempre muy interesada y comovida de leerte porque escribes de corazón y con la inteligencia del alma.

Un beso fuerte

Graciela

Jorge dijo...

Ver el punto exacto donde los dos o mas vectores se intersectan brindando una senial entre las miles que a diario nos llegan, es habilidad de pocas almas dotadas de sensibilidad, intuicion y poder analitico para discernir.
La casa de Penome, los muros que colapsaron en el momento justo (ni antes ni tanto despues de tu visita), el abrazo con los recuerdos de ninia con tacitas de te, fueron simbolos, las seniales. El Totem, el eslabon, tu mensajero.
Emociono la anecdota.
Buena suerte Maritza,
Jorge